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Crítica:

El plato de la venganza

Manoel de Oliveira es ese director casi centenario al que un insistente tópico manejado por la crítica atribuye una eterna juventud. También es, y eso suele decirse menos a menudo, un orfebre del tedio capaz de convertir concisos metrajes en toda una ilustración de la teoría de la relatividad. Pero hay muchos oliveiras y aquí se muestra una de las caras más gratificantes del poliedro: el Oliveira buñueliano -que tuvo su opus magna en Os canibais (1988)-, pero también el viejo diablo que lo sabe todo por viejo, pero sigue jugando como un diablo.

Belle toujours no es tanto una secuela de Belle de jour (1967) como la exploración lúdica y crepuscular de lo que pudo suceder (o no) en una elipsis del clásico. Una elipsis que, por cierto, precedía a uno de los desenlaces más hermosos, complejos y adultos de la historia del cine. Si Buñuel igualaba fantasía y realidad con una misma mirada cartesiana, Oliveira sabe que, 38 años después, las corrientes subterráneas del deseo se han secado y no hay otro ritual posible que el de una cena -obsesivamente coreografiada-, donde un gigantesco Piccoli sirve frío el plato de la venganza contra ese eterno femenino encarnado en una Bulle Ogier que suma a la Séverine original los ecos de su Maîtresse (1976).

BELLE TOUJOURS

Dirección: Manoel de Oliveira. Intérpretes: Michel Piccoli, Bulle Ogier, Leonor Baldaque, Ricardo Trêpa. Género: Comedia. Francia-Portugal, 2006. Duración: 68 minutos.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 8 de junio de 2007