No es La flauta mágica una ópera para niños, como ahora se estila considerarla, ni tampoco una ceremonia de iniciación casi litúrgica. La diversión que propone y la seriedad que trasluce se desprenden de algo tan simple como una historia de amor. No un amor trágico, como los de Tristán e Isolda u Orfeo y Eurídice, sino el encuentro feliz entre dos príncipes, Tamino y Pamina. A su lado, Sarastro representa las fuerzas del bien y la Reina de la Noche, las contrarias.
La versión que EL PAÍS ofrece mañana forma parte de lo mejor de la historia de la fonografía mozartiana. Grabada en 1950, y excelentemente reprocesada, está dirigida por Herbert von Karajan y entre sus intérpretes figuran cantantes de la categoría de Anton Dermota, Irmgard Seefried, Wilma Lipp, Ludwig Weber, Emmy Loose, George London y Sena Jurinac.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 8 de junio de 2007