Una buena noticia surgió ayer en la sección oficial de Cinema Jove: es posible hacer un cine diferente sin recurrir a la pedantería y el aburrimiento. Lo demostró Kirill Mikhanovsky, director norteamericano de origen ruso, con Sonhos de peixe, una magnífica película, a medio camino entre el documental y la ficción, que narra la relación amorosa entre dos jóvenes en un pueblo perdido de la costa norte de Brasil.
Rodada en Bahia Formosa, Sonhos de peixe tiene la gran virtud de combinar la modernidad con la tradición, el orden y el progreso a través de una historia en la que un televisor de 61 pulgadas, que emite una famosa telenovela, funciona como aquella icónica moto acuática de Barrio, de León de Araona, como un símbolo del progreso inútil. Magnífica metáfora de la perversidad de la civilización occidental en los entornos rurales, la película de Mikhanovsky no pretende "hacer un retrato de la pobreza, sino una descripción poética y muy veraz de la realidad", explicaba Fernanda da Capua, una de las productoras del filme. La cinta brasileña aportó una mirada diferente a una sección dominada hasta ahora por el tedio de películas con ambiciones artísticas -y presuntuosas- que aspiran a contar verdades universales y que terminan por ser autosatisfacciones que quieren demostrar más talento del que tienen sus autores.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 21 de junio de 2007