Una joven monja de clausura huida de su convento con el fin de encontrar a un hermano gemelo baila en una playa acompañada por un aventurero y dos homosexuales que viven al estilo nuevo hippy. Desde luego, para llegar a este choque de mundos aparentemente inconciliables, es necesario haber recorrido un trecho narrativo especialmente riguroso. Justo el que no acaba de trazar en su justa medida Avril, primera película del francés Gérald Hustache-Mathieu, que se va viendo con cierto interés a pesar de lo poco plausibles que resultan sus situaciones gracias a su tono, a medio camino entre la ternura, la ingenuidad y la extravagancia.
Sin embargo, llegado el último acto de la historia, se produce la hecatombe. Y es que entre la modernidad y la modernez hay un gran trecho. Uno puede soportar la falsa tolerancia, la simpatía forzada e incluso el revisionismo musical, pero para mezclar todo ello con el folletín decimonónico y, sobre todo, con la mística, la glorificación y los milagros al estilo Carl Theodor Dreyer, se necesita ser o un genio o un iluso. Y Hustache-Mathieu está muy lejos de hacer tragar al espectador un desenlace tan ridículo como el de Avril.
AVRIL
Dirección: Gérald Hustache-Mathieu. Intérpretes: Sophie Quinton, Miou-Miou, Nicolas Duvauchelle, Climent Sibony. Género: drama. Francia, 2006. Duración: 93 minutos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 22 de junio de 2007