Hace ya tiempo, Le Monde publicó un artículo cuyo título decía algo así, Cómo hablar de España sin nombrarla, y exponía el rechazo, para ellos tan extraño, a llamar al propio país por su nombre. Pues bien, el fenómeno sigue vigente y yo sigo sin entender esa alergia a la palabra España cuando se habla precisamente de España; y presiento que no se trata de una alergia fonética, sino de un absurdo temor a ser considerado retrógrado o facha o no sé qué.
Muchos políticos, escritores y periodistas de primera fila, incluso algunos nada sospechosos de obedecer a ese perfil, nombran sin ningún reparo las distintas autonomías, pero evitan a toda costa decir España cuando hablan del conjunto de ellas. Claro que lo peor es cómo lo hacen: machaconamente, con el demostrativo -"este país"- que además me parece mal empleado, si aún no se ha nombrado ninguno. Podrían, al menos, optar por "nuestro país", expresión mucho más correcta en ese caso (¿presupone quizá el posesivo demasiada implicación?).
En fin, comprendo la extrañeza de los franceses y, seguramente, de otros extranjeros ante esta acomplejada manía, este miedo insólito a nombrar el propio país como si de una enfermedad maldita se tratara.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 13 de julio de 2007