Observando la toma de posesión de los nuevos ministros del Gobierno español se me ocurre una reflexión. ¿Cómo es posible, que en un Estado aconfesional como el nuestro, se prometa el cargo delante de un crucifijo? ¿Todos los ministros son católicos practicantes?, o son de esta confesión por imposición paterna, ya que nos bautizan cuando somos bebés, con lo que así no podemos negarnos.
Es lamentable que la religión, que debe ser un aspecto privado de las personas, interfiera en cuestiones que atañen al Gobierno de un país.
¿Hasta cuándo este dominio eclesiástico de las ceremonias? ¿Por qué debemos pagar a través de nuestros impuestos su intransigencia retrógrada en todo aquello que simplemente no les gusta? Me gustaría que la religión se limitara a los aspectos privados del individuo; el que quiera ejercerla está en su derecho, pero que se la costeen ellos mismos y, por supuesto, no apliquen sus creencias religiosas a aspectos que atañen a los ciudadanos en general.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 14 de julio de 2007