La primera visita de la secretaria de Estado de EE UU, Condoleezza Rice, a Portugal ("maravilloso país, fiel y fuerte aliado", dijo sonriente), convirtió por unas horas a la pacífica Lisboa en la capital del mundo, con toda la incomodidad que eso supone. La ciudad fue un disparate de atascos, sirenas, comandos veloces de coches surcando las calles y helicópteros. Los taxistas no daban crédito: "Hay que ver la que ha formado doña Condoleezza", decía uno.
La acumulación de máximos jefes de la diplomacia mundial en sólo 12 horas obligó al Gobierno portugués a preparar el despliegue de seguridad más amplio de su historia, con más de 600 agentes en las calles. Rice llegó en avión a Portela desde Washington. Embutida en un traje de chaqueta a rayas y encaramada en unos zapatos de aguja (nadie le advirtió de los peligros del endemoniado empedrado lisboeta), la jefa de la diplomacia de EE UU se encontró con el primer ministro portugués, José Sócrates, y el presidente de la República, Aníbal Cavaco Silva, antes de reunirse con el Cuarteto.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 20 de julio de 2007