"Lo que me ha mantenido viva durante estos años después de torturas horribles, de la incertidumbre, de esos veredictos..., fue la certeza de ser inocente", declaró ayer a la radio búlgara Valentina Siropoulo, de 48 años, que en febrero de 1998 comenzó a trabajar en el hospital de Bengasi para pagar los estudios universitarios a su hijo. Éste volvió de EE UU, donde vive ahora, ante la evidencia de la pronta liberación de su madre.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 25 de julio de 2007