Desde tiempos de la universidad conozco a Gabriel Cisneros. Soy testigo de su patriotismo, de su hombría de bien y de su condición de gran jurista y de magnífico parlamentario. Su muerte tras una enfermedad cruel y destructiva me exige moralmente dar un testimonio de afecto y de respeto.
Siempre fue un buen amigo, un magnífico compañero en el debate sobre la elaboración de la Constitución y una persona que nunca se unió a voces depredadoras que consideraban a los adversarios como enemigos. Jamás participó de la dialéctica del odio. Descanse en paz. Para los que le hemos conocido ha dejado un ejemplo de dignidad y de bondad.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 28 de julio de 2007