Natasha Paraj no puede hablar de nada que no sea de él. Ni de su marido, ni de sus tres hijos. Ni de su llegada a España hace seis meses. Esta mujer albanesa de 30 años sólo tiene un nombre en la cabeza: Llazar Paraj. Su suegro, de 80 años, desapareció el pasado 24 de julio en San Blas y desde entonces no saben nada de él.
Natasha, alta, rubia y de ojos verdes, se pasea por San Blas con el bluetooth en el oído. Su camiseta fucsia chillón contrasta con su rostro triste. Ha dedicado los últimos siete días a pegar carteles por todo el barrio con la foto de Llazar y su teléfono móvil.
Llazar viajó a Madrid hace 15 días para visitar a sus nietos. Tenía previsto volverse el 19 de julio, pero su hijo Ilia le convenció para que se quedara más tiempo con ellos. Aceptó encantado. Se instaló en su casa y todas las mañanas salía a pasear. Compraba algunas cosas, se tomaba un café y regresaba sobre las 11.30. El 24 de julio no volvió.
La asistenta que cuida a los hijos de Natasha la llamó avisándola de que Llazar tardaba en venir. Ella y su marido estaban trabajando en Azuqueca de Henares, ultimando los detalles de la peluquería que pronto abrirán. Ilia está desesperado y se siente culpable de todo. Su hermano Mijali ha venido de Albania para ayudar a la familia. "Yo soy más fuerte que él y quiero tranquilizarlo, pero ya no sé que hacer y aquí no conocemos a nadie", dice en un perfecto italiano, aguantándose las lágrimas.
Él y Natasha dedican todo el día a la búsqueda de Llazar. Denunciaron su desaparición en la comisaría de San Blas y no se cansan de hacer llamadas. A todos los hospitales, al tanatorio, a las residencias de ancianos de la zona, a la embajada albanesa en Madrid. Nada. Hasta han contactado con detectives privados que les piden 600 euros por adelantado. "Me da igual el dinero, estoy muy mal. No duermo ni como. Los niños me preguntan por su abuelo y ya no sé qué decirles", dice Natasha. Habla bien el castellano, pero se bloquea cuando recuerda a su suegro. Es actriz y ha traducido varias antologías griegas al albanés. Nació en Albania, pero vivió toda su vida en Atenas.
Su suegro, Llazar, tiene 80 años. No sufre ninguna enfermedad. No habla ni una palabra de español y salió de casa con 50 euros. Su hijo y su nuera dicen que quizá se desorientó durante su paseo y no supo volver. Todas las noches rastrean los parques del barrio "por si está durmiendo en algún banco", dice Natasha con la desesperación y el miedo en los ojos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 31 de julio de 2007