Mi mujer y yo acabamos de regresar de una semana en Italia. Nuestro viaje ha incluido una visita al cementerio de Orvieto, donde está enterrado mi tío Henry, quien murió allí en combate durante la II Guerra Mundial. Mi padre, George, también murió joven por la patria, pero en Londres, de cáncer, después de la guerra durante la cual empezó a fumar gracias a los cigarrillos que el Ejército le daba gratis. Claro, en aquellos días la conexión fatal entre tabaco y cáncer no había sido probada aún: no era la culpa del Ejército. Hoy es diferente, como saben los italianos, portugueses, irlandeses, escoceses y muchos más que han prohibido fumar en todos sus bares y restaurantes. Si no fumas pero vives en España, la diferencia que notas en los bares y restaurantes de Italia es realmente impresionante: allí el aire es limpio y el olor que se siente es a comida, y no al humo cancerígeno de los cigarrillos. Quizá en esta ocasión, como en otras, acabemos en penaltis (pero el penalti es la muerte lenta y dolorosa), y al final gane Italia como siempre... O quizá no. Señor ministro de Sanidad y consejeros de las comunidades autónomas, tengo una pregunta para ustedes: ¿es necesario que mueran más españoles que italianos de cánceres relacionados con el tabaco? ¿También vamos a perder en esto, cuando podemos hacerlo mejor.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 1 de agosto de 2007