La realidad arrecia. Y aunque uno trata de escribir cuentos de verano, ella te saca a patadas de tus refugios narrativos, abandonándote en un polideportivo mental inhóspito, como el de los evacuados por el fuego. La realidad, estimulada por el viento y las altas temperaturas, nos pisa los talones. Aunque no enciendas la tele ni leas la prensa, se cuela furiosa por las rendijas de la vida diaria y pone la existencia al rojo vivo. En el supermercado, una señora dice que 35.000 hectáreas equivalen a 35.000 campos de fútbol. Y un señor, que Gran Canaria, vista desde el aire, parece una hamburguesa a la plancha. No han encontrado comparación para los 12.000 desalojados. En lo que se refiere a los incendios, como en lo que se refiere a pateras, hemos agotado todos los recursos retóricos durante los últimos veranos. Escribir sobre Gran Canaria o Tenerife con un historial como el nuestro es como apagar un fuego con el tanque vacío. Nadie ha sido capaz aún de poner las palabras precisas a este exceso de realidad. ¿Qué hacer entonces? Resistir, a ver si en una de ésas un intelectual, un poeta, incluso un político, atraviesan el cielo a bordo de una suerte de hidroavión lleno de palabras y las descargan sobre las quemaduras de primer grado de nuestro entendimiento. Mientras tanto, realidad a palo seco con el desayuno, la comida y la cena. A ver si amaina.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 2 de agosto de 2007