En EL PAÍS del domingo ha aparecido la noticia de que el precio de la leche va a ser este invierno igual al precio del gasóleo. Como causa, se apunta a la demanda de granos para la obtención de biocombustibles.
Aunque estoy de acuerdo en que los biocombustibles pueden estar en parte detrás de este aumento en los precios de la alimentación, me parece que el artículo pasa por alto un factor mucho más importante: la subida del precio del petróleo y del gas.
La energía es un factor de producción básico en la agricultura: toda la maquinaria agrícola funciona con gasóleo (preparación del terreno, siembra, cosecha), y la fabricación de fertilizantes consume enormes cantidades de energía. Una energía que ha visto sus precios multiplicarse en los últimos años y cuyo coste termina repercutiendo al consumidor.
Según algunos estudios, la energía que nos aportan algunos alimentos es inferior a la energía fósil empleada en obtenerlos. De forma bastante literal, comemos combustibles fósiles.
En un entorno en el que el petróleo y el gas se vuelven cada vez más escasos, lo que vamos a ver este otoño es sólo un adelanto de lo que nos espera: alimentos cada vez más caros.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 7 de agosto de 2007