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Crítica:

Respuestas en el pasado

Una mujer que vive en una isla, una madre con demencia senil, una hija adolescente que se marcha de casa sin dejar rastro. A partir de estos elementos, José María Merino construye El lugar sin culpa, su nueva novela, Premio de Narrativa Torrente Ballester.

Una bióloga en una isla del Mediterráneo investiga el comportamiento de las lagartijas. Se llama Ángela y tiene marido y una hija, además de una madre con demencia senil. Aquélla, una adolescente conflictiva que se ha marchado del hogar sin que se sepa nada de su vida. En este escenario hay otros personajes, como el arqueólogo, que también arrastra una tragedia familiar, hijo muerto de por medio. Y un joven militar, con un reciente pasado guerrero en un innominado conflicto europeo. Con el rigor conceptual y expresivo que le caracteriza, José María Merino (A Coruña, 1941) ha urdido en El lugar sin culpa una trama de reminiscencias familiares inserta en un medio físico que roza lo edénico. El lugar ideal de la inocencia. Ángela busca en sus remordimientos algunas respuestas que le permitan sobrevivir. Qué ha hecho para que su hija un día decidiera odiar a sus padres. En eso comparte interrogantes con el arqueólogo. La respuesta está en el pasado. En su implacable rebobinaje. Hay que hallar algún rastro que explique la desafección. El paulatino alejamiento de la niña de unos padres tan cuidadosos en su educación. Hasta que al fin surge la causa. El amor, el afecto cotidiano, la responsabilidad dañina si no se cuenta con ello en la educación de los hijos. Se trata como vemos de una indagación. Una variable que Merino siempre hace irrumpir. Lo hizo en La orilla oscura. Como si la realidad, siempre frágil, dependiera del desciframiento de las orillas oscuras que todos llevamos con nosotros. El costado ignoto de la existencia.

EL LUGAR SIN CULPA

José María Merino

Alfaguara. Madrid, 2007

167 páginas. 14,50 euros

José María Merino traba a la

perfección los dos niveles de su narración. El lugar de privilegiada naturaleza y la condición humana. Ahora bien, yo creo que la novela revela su asunto esencial casi en su último tercio. Ángela recuerda un amor juvenil. Lo hace casi al unísono con la experiencia que va a tener con el joven militar. Y es aquí donde Merino pone en funcionamiento el juego de sueño y vigilia que tan magistralmente llevó a cabo Adolfo Bioy Casares en El sueño de los héroes. En esta novela hay que esperar hasta las últimas diez páginas para descubrir su mecanismo crucial de representación. Como el escritor argentino, Merino recurre al pasado, al soñado o al real, de un amor de juventud. La realidad prosaica y lo fantástico. Y si yo fuese el lector, pondría mucha atención a la descripción de la antigua pasión de la bióloga, un relato dentro de la novela que merece un aplauso especial. Como toda la novela de un Merino que nunca nos defrauda.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 11 de agosto de 2007

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