La noticia de que el hijo de Pinochet ha sacado a la venta los trajes de su padre pone los pelos de punta a cualquiera que sepa lo que es un traje. No es necesario haber leído El traje del muerto, la novela de Joe Hill, para saber que los difuntos se manifiestan a través de la ropa que usaron en vida. Para que unos pantalones pierdan por completo la sustancia del finado han de pasar muchos años. Así pues, quien compre una de esas prendas adquirirá también el fantasma del dictador. Imaginen lo que es llegar al cuarto de baño y abrir, en lugar de la tuya, la bragueta de un tipo con más de 3.000 crímenes a sus espaldas. Imaginen lo que es meter la mano en uno de los bolsillos y tropezar con el dedo o la lengua de uno de sus torturados. Tampoco sería raro que en las solapas de sus chaquetas quedaran restos de la baba (la mala baba) del ilustre asesino. Hay que tener mucho estómago para vestir uno de esos trajes, más incluso que para ponerlos a la venta. La familia Pinochet permaneció unida mientras podía robar al resto de las familias chilenas. Una vez acabada la fiesta, han comenzado a devorarse unos a otros, empezando por sus muertos. Vender los trajes del padre es como comerse su entrepierna. Resulta milagroso que Chile sobreviviera a esa estirpe de caníbales.
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* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 14 de agosto de 2007