Da igual Roma que Sagunto, la Riviera Maya o la Gran Muralla. El turista moderno hace el viaje antes de llegar al destino; compra guías y pasa horas y horas devorando información a través de Internet, participa en foros, llama a los amigos, y si es preciso consulta a las embajadas. Y, todo, para después llegar allí y limitarse a consumar impúdicamente el acto vacacional: transitar por la calle más comercial del lugar y comprar todo lo comprable en tiendas idénticas a las de su país de procedencia, pero con empleados que hablan otro idioma. "Llegué, compré, y me fui". Éste podría ser el nuevo eslogan. No admiran, sólo miran de soslayo. No descansan, se agotan. No disfrutan, sufren. Pero, cuidado, ya pueden decir con propiedad aquello del "aquí estuvimos". ¿Dónde? Es lo de menos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 15 de agosto de 2007