Qué gozada haber estado en La Malagueta y haber tenido la suerte de presenciar la obra de arte que ayer firmó José María Manzanares en su primer toro. Dibujó una de esas faenas que justifican por sí solas una fiesta como ésta, de esas que se recuerdan siempre, que quedan en la retina para la eternidad. Fue toda ella una lección de torería suprema; un compendio de perfecta colocación, temple, largura, profundidad, suavidad, gusto, empaque, pureza y, sobre todo, una explosión de belleza. Manzanares le puso los vellos de punta a Málaga con un toreo solemne, excelso y auténtico. En una palabra, demostró que es un artistazo.
Lo recibió con cuatro verónicas templadísimas, antesala de los mejores presagios. Su faena hubiera sido histórica si hubiera tenido delante un toro y no un becerro inválido de los que abundan en la ganadería de Juan Pedro Domecq. Manzanares salió a hombros por la puerta grande tras una tarde que ha puesto cara, muy cara, la feria.
Domecq / Aparicio, Conde, Manzanares
Toros de Juan Pedro Domecq, mal presentados, inválidos, mansos y nobles. Julio Aparicio: silencio; ovación. Javier Conde: ovación; silencio. José María Manzanares: dos orejas; oreja. Plaza de la Malagueta. 14 de agosto. Séptima corrida de feria. Lleno.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 15 de agosto de 2007