Una serie de tejemanejes financieros con origen en el mercado hipotecario estadounidense y ramificaciones en Asia y Europa acaban de poner en peligro la estabilidad de la economía mundial. En ellos han jugado un papel relevante cuando no decisivo, valores tan poco loables como la especulación o el gusto excesivo, casi morboso, por el riesgo incontrolado. A pesar de ello, medios de comunicación, instituciones financieras y políticos de toda condición han señalado al fenómeno de la globalización como responsable último de semejante despropósito.
Este hecho parece confirmar lo que muchos temíamos. Magistralmente manipulado por los distintos poderes fácticos, el término globalización se ha convertido en un socorrido eufemismo que, cuando la ocasión lo requiere, sirve para ocultar a los ojos de la ciudadanía o justificar ante ella una serie de comportamientos muy alejados de la ética del esfuerzo y el trabajo.
La globalización es una realidad con múltiples caras que a menudo nos muestra su lado más oscuro. Y ello no es el resultado de la interacción de una serie de fuerzas que escapan al entendimiento o al control del ser humano, sino de decisiones basadas en la voluntad de personas de carne y hueso con intereses concretos y un insaciable ánimo de lucro que amenaza constantemente, cual espada de Damocles, el bienestar y la tranquilidad de millones de honrados ciudadanos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 16 de agosto de 2007