Que la conducción de un vehículo se haga de forma responsable siempre dependerá de la persona que se siente al volante, y dado que las personas no son máquinas estables, seguras y previsibles, siempre existirá la posibilidad del error y, por tanto, del accidente. Ahora bien, eso no justifica que debamos resignarnos a dar por perdida la batalla contra las muertes en carretera.
Está claro que cualquier medida que evite accidentes de tráfico siempre será bienvenida, pero hay cuestiones que me parecen fundamentales y que no podemos eludir.
Una, revisiones periódicas, por un equipo multidisciplinar, de las condiciones físicas y psicológicas de los conductores, siendo estas revisiones rigurosas y con retirada del permiso para conducir si no se cumplieran los parámetros establecidos.
Dos, exigir más y mejor formación a los futuros conductores, hasta adquirir una buena educación en seguridad vial y pericia al volante, antes de que salgan solos a la carretera por primera vez.
Tres, una mayor exigencia en el cumplimiento de las normas de tráfico y más efectividad en la tramitación de las sanciones.
Cuatro, y la más importante, impartir educación vial en la escuela y en los medios para concienciarnos de la gran responsabilidad que supone el conducir un vehículo a motor.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 27 de agosto de 2007