ETA ha intentado una masacre en Durango al hacer estallar cien kilos de explosivo contra el cuartel de la Guardia Civil en Durango. Sabíamos que tarde o temprano sucedería, pero siempre nos parecerá igual de bárbaro y repugnante. ¡Como si las personas y niños que allí viven fuesen distintos a nosotros!
Si me pregunto por qué contra un cuartel, me lo imagino. ETA está probando las tragaderas de la sociedad vasca y comienza por un objetivo "militar", la Guardia Civil. Su intención es clara, a ver si cuela, a ver si la sociedad vasca lo digiere como cosa de otros. ETA ya sabe que la sociedad española va a sentirse indignada; más aún, ése es el objetivo que busca: provocar ciertos efectos políticos en la gente y sobre el Gobierno de turno.
Pero ETA calcula con más cuidado el efecto de su terror ante la sociedad vasca y me imagino que va a ir tanteando hasta dónde estamos dispuestos a callar. Por eso es tan importante decirlo desde el principio de este nuevo ciclo de violencia: el terror nunca, contra nadie, en ningún supuesto de nuestra convivencia política. El valor moral de esas personas, en un cuartel o en una estación, y el derecho político a vivir, debatir y decidir tantas cosas en una sociedad libre y en paz, son irrenunciables y absolutos para todos.
ETA no lo puede entender, y así lo prueba su trayectoria totalitaria, y lo prueban las palabras de sus valedores cuando creen que todo se habría podido resolver con un trueque entre ETA y el Gobierno: "Paz por política". Hasta que ETA y su "entorno" no entiendan que estas dos cosas van por separado y que tienen distintos protagonistas, y que lo que unos llaman "derecho democrático de autodeterminación", otros vascos tienen igual derecho a no verlo así y que, por tanto, sin remedio, estamos condenados al pacto social y político entre distintos, provisional e incómodo para todos; pero siempre, primero y sólo, en una situación política de libertad y no violencia; mientras esto no se entienda por tantos y tantos, ETA está "condenada" a la práctica del terror, su entorno a vivir entre la complicidad y el fanatismo moral y político, y nosotros a decir "no", "nunca"; a decir que "de ningún modo" lo vamos a admitir, disculpar o dejar pasar, y, por ende, que debe ser perseguido como un delito gravísimo y cruel.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 28 de agosto de 2007