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Reportaje:MIS PERSONAJES DE FICCIÓN | KRIMILDA Y BRUNILDA

Dos reinas míticas

¿Qué hacer cuando los pretendientes utilizan malas artes para la seducción? Dejar que la situación desemboque en un baño de sangre. Esther Tusquets (Barcelona, 1936) toma el medieval 'Cantar de los nibelungos' como retrato de dos mujeres muy distintas que finalmente se parecen en su sed de venganza. La escritora y autora de libros como 'Prefiero ser mujer' (donde reflexiona sobre la evolución de las españolas en los últimos 30 años) descubre el lado divertido de la perversión femenina.

Los cantares de gesta suelen centrarse en héroes nobles y valerosos -en ocasiones, como es el caso del Cid, casi sin tacha; en otras, capaces de delinquir, pero sin perder por ello su grandeza-. Contra ellos, se mueven los personajes traidores, ruines, malvados. Sin embargo, en el Cantar de los nibelungos, a pesar de que un personaje, Hagen de Trónege, ocupa el lugar del malvado, los restantes caballeros -Sigfrido incluido- distan mucho, pese a su heroísmo, de poder considerarse admirables, y los personajes más interesantes son dos mujeres, dos reinas magníficas y terribles.

La historia va así. Sigfrido, el gran héroe germano, oye decir que en la corte de Worms existe una doncella de belleza sin par. Se llama Krimilda, y es hermana del Gunter, rey de Burgundia. Sigfrido va a Worms y le pide a Gunter la mano de su hermana. Gunter, enamorado a su vez de una doncella a la que no ha visto jamás, Brunilda, reina de Islandia, le promete a Sigfrido la mano de Krimilda si a cambio le ayuda a conquistarla.

Las dos muchachas no pueden ser más distintas. Krimilda es el prototipo de la princesa medieval: discreta, obediente, dulce; teje y cose junto a sus doncellas y escucha al trovador. En la genial película de Fritz Lang, viste de blanco, lleva dos largas trenzas rubias, se mueve con compostura y mantiene baja la mirada. Brunilda es aguerrida y salvaje. Lang la presenta morena, la melena en desorden, la ropa oscura, los ademanes bruscos. No quiere casarse y ha impuesto a los pretendientes competir con ella en tres pruebas de fuerza, y, caso de fracasar, ser decapitados. Sigfrido acompaña a Gunter a Islandia, y, valiéndose de un manto que le hace invisible, supera en su lugar las tres pruebas.

Aquí experimenta el lector -o tal vez sobre todo la lectora- las primeras dudas. ¿No tiene reparos Sigfrido en engañar a la reina de Islandia? ¿No le avergüenza a Gunter que otro hombre conquiste para él a su esposa? Pero lo que sigue es peor. Se casan las dos parejas, y, la noche de bodas, Gunter es rechazado por Brunilda y colgado de un gancho en la pared. Le cuenta sus cuitas a Sigfrido, y éste, invisible de nuevo, domina a la mujer y se la entrega vencida al rey. Y no sólo le roba a la víctima un anillo y un cinturón, sino que se los regala a su esposa, y en un ataque de oligofrenia profunda le cuenta de dónde proceden. El gran héroe germano es más valiente y fuerte que nadie, pero no es muy estricto en cuestiones de honestidad ni parece demasiado listo.

A partir de este punto la tragedia se desencadena inevitable. Las dos reinas se enfrentan públicamente ante la catedral, y Krimilda, en un arrebato de ira, muestra a su contrincante el anillo y el cinturón, y asegura que fue Sigfrido quien yació con ella la primera noche. La ofensa es tan grave que Brunilda exige la muerte del héroe. Los burgundios la secundan. Hagen -que será malvado, pero no es tonto- consigue que la crédula Krimilda marque con una cruz el único punto en que Sigfrido es vulnerable. Salen de cacería, Hagen asesina a Sigfrido y, en un refinamiento de crueldad, deposita el cadáver ante la puerta del aposento de Krimilda.

La reina de Islandia ha consumado su venganza. Y ahora Krimilda -la de las rubias trenzas, la mirada baja, la dulce sonrisa-, herida en lo más profundo, víctima también ella de un vil engaño, se convierte a su vez en una mujer peligrosa, astuta y despiadada. La segunda parte del Cantar está dedicada a su venganza. Se casa con Atila, rey de los hunos, consigue que éste invite a los burgundios a visitarles, y en salvaje combate van sucumbiendo unos y otros. Antes de morir ella también, Krimilda hace decapitar a su hermano Gunter y mata por su propia mano a Hagen. El poema termina en un baño de sangre.

En cualquier época han escaseado las mujeres de ese temple, y que en los oscuros años del Medioevo aparezcan dos -inicialmente muy distintas y luego semejantes, capaces de reaccionar ante la adversidad y convertirse en las auténticas protagonistas de un cantar de gesta, reduciendo a los esforzados héroes que las rodean en figuras casi deplorables- resulta sorprendente.

Y no voy a negar que me divierte.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 30 de agosto de 2007