Cuando era estudiante, a mi instituto acudían dos monjitas que, por cierto, llevaban el hábito lleno de chuletas. Y a nadie se le ocurrió que el hábito fuera "discriminatorio". Tampoco se le ocurre a nadie que sea "discriminatorio" que bandadas de cenutrios y cenutrias acudan a los colegios y a los institutos enseñando medio trasero, y eso que es evidente que en el futuro tendremos que costear con nuestros impuestos más de una diálisis, por esa necedad de pasar el invierno con los riñones al aire. Y eso, sin contar con el botellón.
Entonces llega una niña buena de otra cultura, una niña que probablemente no va a ir de botellón y que en un futuro será una ciudadana productiva que pagará nuestras pensiones, una niña que obedece a su madre y a su padre, que son personas religiosas, como la mayoría de los 1.500 millones de musulmanes que existen en el mundo. Y hete aquí que un neofascista de la religión atea le prohíbe que vaya vestida según la tradición de su país.
Un neofascista de la religión atea que desdichadamente los musulmanes consideran cristiana. No, Shaima, guapa: cristiano es Vicente Ferrer. El que te ha expulsado es uno de esos hombres que Sócrates describe como "los más locos de todos", por vivir "imbuidos de divinidad".
Señor director de instituto o colegio de Girona, de cuyo nombre no quiero acordarme: como decía el otro, está usted más a la derecha que Atila el Huno. Me dan ganas de ponerme el velo a mí.- Blanca Andreu. A Coruña.
El pañuelo o 'hiyab' no es una prenda de adorno ni de abrigo ni un tocado étnico, y el que tenga o no un carácter religioso resulta irrelevante; lo que parece claro es que se trata de un trozo de tela cuya única y expresa finalidad es tapar a las mujeres, taparles el pelo, las orejas y el cuello, esas partes del cuerpo humano que, en cambio, no tienen que taparse los hombres (vid Al Qaeda, 20-4-1986). Es además una prenda que se impone, más o menos sutilmente, con mayor o menor violencia, no a una monja que se hace socia de un club y acepta libremente el uniforme, sino a todas las mujeres y únicamente a ellas por el solo hecho de serlo. Por eso es sin duda un instrumento de sometimiento y de humillación. Miro en el periódico la foto de Shaima, esa niñita a la que, por fin, se le permite llevar voluntariamente el velo al colegio, y me sobrecoge verla tan pequeña, con ese trapo oscuro y enorme encima, que casi parece más grande que ella. Pero me sobrecoge más aún comprobar que en España, este moderno país en el que apenas hace dos generaciones que las mujeres hemos logrado quitarnos el "velo", las autoridades y muchas voces y plumas que se dicen progresistas muestran mayor sensibilidad hacia las costumbres bárbaras de un grupo social que hacia la dignidad y los derechos de esta niña. - Marta Fernández-Cuartero Paramio.Madrid.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 5 de octubre de 2007