La XVI edición del Festival Temporada Alta de Girona ha tenido una inauguración de lujo: nada menos que Dario Fo, el último gran juglar que nos queda. Nobel de Literatura en 1997, Fo sigue estando a sus 81 años en plena forma. Alto y fuerte, su arborescencia no es sólo física: las otras giullarates o juglarías del subtítulo que acompañan a Rosa fresca aulentissima, el primer episodio del monólogo más importante de su producción teatral, Misterio bufo (1969), no son lo de menos. Al contrario. En su constante ramificación, las hojas más pequeñas adquieren tanto protagonismo como el tronco del discurso, hasta el punto de que no sabría decirles muy bien si llegamos a atravesar la corteza.
Rosa fresca aulentissima (e altre giullarate)
Creación e interpretación: Dario Fo. Traducción en escena: Rosa Solà. Teatro Municipal de Girona. 4 de octubre.
Tieso como un pincel, cercano, simpático, afable, Fo conquista al espectador de inmediato. Como buen juglar, incorpora la actualidad en su puesta en escena. Y si una de las noticias internacionales más destacadas de la semana ha sido la represión del Ejército birmano contra la revolución azafrán, Fo se solidariza con los monjes budistas arrestados interpretando la primera parte del espectáculo envuelto en una túnica naranja.
Pendiente en todo momento de la reacción del público, Fo parece tener una especie de resorte para provocar cada tanto nuestras carcajadas. La verdad brota con la risa; la sátira y la farsa están al servicio de la denuncia. Y de una cosa pasa a la siguiente sin que nos demos cuenta, recuperando de nuevo el hilo inicial: de la antigua Birmania a la resurrección de Lázaro pasando por la mina de oro de Johanesburgo en la que 3.200 mineros habían quedado atrapados o el origen del hueso sacro.
Ágil, suelto, confiado, se sirve de unas chuletas gigantes con palabras sueltas que tiene pegadas en el suelo y que descubrimos cuando las aparta para no tropezar con ellas; de una joven apuntadora que, de vez en cuando, le acerca un vaso de agua y, cuando actúa fuera de su país, de un traductor en escena. En la función del jueves, Rosa Solà se encargó de esta labor y, a pesar de su simpatía y de la complicidad que iba creciendo entre ambos, lo de la traducción fue el único pero, y no por ella sino porque su intervención ralentizaba el discurso de Fo, y, lo que es peor, rompía constantemente su ritmo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 6 de octubre de 2007