El segundo remake de la semana (junto a La huella) tiene al menos la virtud de proponer un cambio básico en su puesta a punto: si en El rompecorazones (Elaine May, 1972) la comicidad de la trama se basaba en que su protagonista se daba cuenta, a apenas tres días de luna de miel, de que la mujer de sus sueños no era su esposa sino una impresionante rubia recién descubierta, en Matrimonio compulsivo, en versión de los hermanos Farrelly, la originalidad reside en que el amor recién conocido en pleno viaje de novios resulta físicamente mucho más mundano que la llamativa (y particularmente insoportable) tía buena que acaba de recibir por esposa. A eso se le llama renovar el original.
MATRIMONIO COMPULSIVO
Dirección: Peter y Bobby Farrelly. Intérpretes: Ben Stiller, Malin Akerman, Michelle Monaghan, Jerry Stiller. Género: comedia. EE UU, 2007. Duración: 118 minutos.
Con una estupenda galería de secundarios y protagonizada por Ben Stiller (gran cómico, siempre por encima de sus proyectos), Matrimonio compulsivo es la mejor película de Peter y Bobby Farrelly desde Algo pasa con Mary. Como ya demostraron en la simpática Amor en juego (2005), la pareja de hermanos ha ido perfeccionando su toque romántico, al tiempo que no abandonaba sus muy particulares señas de identidad: sus chistes de mocos, penes y vaginas, quizá algo más controlados cuantitativamente, que siempre acaban desembocando en una especie de orgasmo bufo de trazo grueso que, de tan grueso, a veces termina siendo efectivo. Así, si su filmografía siempre será recordada por la escena de la cremallera de Algo pasa con Mary, sus fanáticos tienen aquí una nueva barrabasada con la que evocar a los directores de Dos tontos muy tontos: un plano en una playa en el que confluyen varios de sus muy señeros objetos de chanza.
La exageración es parte de su clave cómica y, como tal, ésta siempre anda al borde del precipicio. Pero desde luego hay que agradecerles a los Farrelly su atrevimiento con cualquier tema, por escabroso que éste sea. Puede que en buena parte de sus películas sus gracias sólo produzcan estupefacción, pero en Matrimonio compulsivo ofrecen una muestra de que incluso bromeando con algo tan peligroso como la inmigración ilegal se puede hacer un chiste de inmensa carcajada.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 12 de octubre de 2007