Suelo aprovechar los domingos para holgazanear entre las sábanas y despreocuparme de la hora. Confieso que a veces llego a programar el despertador sólo para disfrutar apagándolo y regresar a ese último sueño. Pero este domingo no he podido hacerme el remolón. Estaba previsto que fuera hoy desde hace ya unas semanas. Lo habíamos comentado con ilusión en la familia, entre los amigos y en la escalera con los vecinos. Su llegada nos iba a cambiar, a mejor, sin duda. Es el resultado final de un largo proyecto. Es el presente, pero sobre todo el futuro. Y, aunque no sabíamos qué apariencia iba a tener, lo que era seguro es que nos iba a acompañar de por vida. El sábado por la tarde se puso todo en marcha y, aunque la noche se hizo muy larga (se resistía amanecer), el domingo temprano, temprano para mis domingos, me dieron la buena nueva: ya está aquí. Ha pesado tres kilos y cien gramos, y ha nacido con los ojos muy abiertos, con ganas de comprender lo que le rodea.
Felicidades por este renovado PAÍS que sigue haciendo mejor el país donde crecerá Daniel.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 22 de octubre de 2007