Los del Carrusel Deportivo, en la SER, suelen sacar al aire la frase poco espontánea de "¡Viva el vino!" que pronunció Rajoy durante la fuerte polémica que suscitó el abortado proyecto de ley de regulación de la publicidad de las bebidas alcohólicas. Zapatero, en un gesto oportunista en clave electoral, metió en el cajón de los recuerdos la ley que había propuesto la entonces ministra de Sanidad, Elena Salgado. In vino veritas. El vino de la verdad es amigo. Pero también puede truncar la carrera de un brillante político, como ha sido el caso de Ulrica Schenström, una secretaria de Estado que pasaba por ser la mano derecha del primer ministro sueco.
A Schenström, de 35 años, le ha costado muy caro haber sido fotografiada por un reportero en un bar besándose y tomándose unos cuantos vasos de buen caldo (19 en concreto, equivalentes a un total de 102 euros) con un periodista de un canal de televisión. Éste ha confesado que estaban borrachos y luego ella también lo ha reconocido. Lo peor de la situación no fue ni el beso ni la embriaguez, sino el abandono del puesto de trabajo. La dejación de funciones siempre es muy grave, pero más aún en una sociedad calvinista como la sueca, que lo considera un fraude ético mayúsculo. En Suecia no parece haber término medio. Claman al cielo si a un funcionario europeo le falta la factura del taxi en el justificante de gastos o se emborrachan como cubas, a veces infringiendo la ley. Schenström se encontraba de guardia esa noche. Y para más mala suerte, su tarea era la de afrontar emergencias tras una catástrofe. No hubo ese día ninguna calamidad, pero el país nórdico aún no ha digerido la pésima gestión que el anterior Gobierno tuvo durante el tsunami en Asia, en 2004, en el que murieron más de medio millar de suecos.
La secretaria de Estado fue ingenua. ¿Qué necesidad tenía de marcharse del ministerio? ¿No hubiese sido mejor tener el mismo disfrute en su propio despacho? Y ya puestos, ¿por qué se decidió por un periodista? Las relaciones entre plumillas y políticos nunca son fáciles, ni aquí ni en Suecia, porque los dos compadrean, se alimentan respectivamente y luego reclaman prioridad exclusiva. Seamos indulgentes con Ulrica.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 4 de noviembre de 2007