Cuentan las viejas crónicas que el primer alcalde de un poblado neolítico crecido en las orillas del que fuera impetuoso Manzanares ya se enfrentó con severos problemas derivados de las licencias de apertura de grutas y abrigos ribereños en los que algunos pobladores con iniciativa habían pensado instalar sus rudimentarios comercios. Hay quien va más lejos y sugiere que el origen del cohecho y la prevaricación en el sector se remontan a los anales del municipio de Atapuerca. El hombre es el único animal que se corrompe; hay cosas que ni las ratas estarían dispuestas a hacer.
Las ratas fueron las primeras en abandonar las vetustas naves, sótanos y covachuelas de la Casa de la Villa para trasladarse subrepticiamente, con nocturnidad y alevosía, a las flamantes dependencias del Palacio de Correos y buscar nuevos y más confortables asentamientos con vistas a Cibeles. Pero durante el trasiego fueron detectadas y expuestas a la luz pública que tan mal les sienta. Se movían torpemente, pues están gordas y lustrosas y con las extremidades anquilosadas tras siglos de sedentarismo y vida muelle. Ratas humanas y funcionariales que anidaron y procrearon sobre legajos y certificaciones y amamantaron a nuevas generaciones de voracísimos roedores.
La corrupción del género en el Ayuntamiento madrileño forma parte de un arcaico sainete
La corrupción del género en el Ayuntamiento madrileño forma parte de un arcaico sainete, espeso y municipal, rancia tragicomedia de malas costumbres, vieja función cuyo manido argumento todos conocían y soportaban como inevitable rémora, tara consustancial al humano proceder, debilidad congénita del homo funcionarialis que tiene motivo y oportunidad para roer unas migajas de los expedientes que pasan por sus garras y se almacenan en sus madrigueras hasta que una mano generosa agiliza el trámite con sustanciosas contribuciones, así lo marca la sacrosanta tradición, y lo demás es plagio.
Ni los más conspicuos partidarios de Ruiz-Gallardón suscribirían el desconocimiento de la materia del que ha hecho gala el alcalde en esta coyuntura. Los flecos de la trama eran vox pópuli, aunque nadie osara tirar de ellos por si una parte del entramado caía sobre su propio tejado. Si el alcalde no lo sabía, malo, porque un alcalde no puede vivir en la inopia alejado de la realidad que supervisa y administra; si lo sabía y callaba, peor, porque su silencio administrativo otorgaba impunidad a los corruptos. En el reparto de culpas, entre el yo no he sido y el a mí que me registren, uno de los sambenitos más vistosos le ha correspondido al cuñado socialista de uno de los cabecillas de la corrupta hidra, que en sus años de edil promocionó sin tasa a su hermano político, funcionario investigado previamente por cohecho y prevaricación, uniendo el nepotismo, otra ibérica tradición que sigue en boga, a los demás delitos.
La mala sombra de la corrupción salpica por todas partes y alguna que otra mota ha caído sobre la mantilla de Esperanza Aguirre, que en sus días municipales frecuentó los viciados interiores de Urbanismo y Medio Ambiente. El "ahí me las den todas" proclamado por los portavoces de Aguirre no basta para disipar las dudas que afectan, por acción u omisión, a multitud de funcionarios y cargos municipales, de diferentes épocas y adscripciones. Funcionarios, arquitectos y abogados practicaban este juego de pelota, en círculos viciosos y protegidos por un infame velo de silencios cómplices. La buena noticia es que la trama ha sido desmantelada de momento; la mala es que para atajar males mayores Gallardón propone privatizar la concesión de licencias y devolver a los corruptos, arquitectos, abogados y empresarios la posibilidad de seguir haciendo de su capa un sayo y de cada licencia un chollo, sin romper ni manchar la pureza municipal con sus nefastas prácticas.
Los tribunales juzgan estos días a los implicados en la funesta privatización de la empresa funeraria municipal, que en tiempos de Álvarez del Manzano se entregó por una peseta porque generaba pérdidas (¿?) y pasó a generar fabulosas ganancias en cuanto otros cargaron con los muertos. ¿Qué harán con los funcionarios cuando privaticen Medio Ambiente? Tal vez los manden a pasear y patrullar por la Cañada Real como forestales castigados.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 21 de noviembre de 2007