Hace aproximadamente un año, la propietaria del piso que arriendo me comunicó su intención de no renovar el contrato de alquiler. Desde entonces, me avoqué a la búsqueda de una nueva vivienda, y a estas alturas me encuentro desilusionada, fatigada y desagradablemente sorprendida, ya que al cabo de un año a cada llamada telefónica, tanto a particulares como a inmobiliarias, recibo siempre la misma y humillante respuesta: "El propietario no quiere extranjeros" o "Al ser extranjero se exige aval bancario".
Y yo me pregunto: en un país de emigrantes como éste (mis cuatro abuelos eran ciudadanos españoles afincados en Argentina), ¿tan pronto se olvidaron que, sobre todo, en Suramérica fueron recibidos con los brazos abiertos? ¿Extranjero igual a insolvente?, ¿será que el trabajo realizado por inmigrantes está muy mal pagado?
Por medio de esta carta, llamo a la reflexión de los señores propietarios y a la población en general; hay que reconocer que la vida da muchas vueltas y que nunca sabremos cuándo ni dónde necesitaremos del otro, que no es tan distinto. Reconocer que todos somos ciudadanos del mundo es sentir que hemos crecido.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 27 de noviembre de 2007