El dinero no tiene fronteras. Ahora menos que nunca. Las fronteras son para los pobres. Otra cosa es el parné, que ése sí que viaja que da gusto por todo tipo de países en forma de efectivo, divisas o apuntes cibernéticos. Por si ello no fuera suficiente facilidad, existen los paraísos fiscales, lugares donde se ocultan y limpian capitales de todos los colores.
¿Acaso no es posible ponerles veto a estos chiringuitos fraudulentos y dejarlos fuera del sistema bancario internacional? ¿No existe un consorcio llamado SWIFT (precisamente radicado en Bruselas) por donde pasan todas las transacciones internacionales para poder controlarlas? Nos puede parecer que todas estas consideraciones no nos afectan a las personas de a pie y que son cosa de grandes mafiosos. Sin embargo, todos los sectores económicos deben dirigirse a los mercados financieros para conseguir capitalización: los Estados para financiar su déficit, las empresas para desarrollarse, los particulares para conseguir bienes de consumo, vivienda, etcétera.
Esta Europa de cuentas numeradas, de enjuagues de billetes y de ingeniería financiera es utilizada por organizaciones criminales asegurando la impunidad de los defraudadores, mientras la gran mayoría de los ciudadanos temblamos con el repunte del Euríbor.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 17 de diciembre de 2007