El hecho de que Europa la conforman cada vez un número mayor de países está provocando una atomización a todos los niveles. Muchos desean que su pretendida o real identidad tenga voz y voto en los estamentos europeos de mayor peso específico. Pero, ¿hasta dónde hemos de persistir dentro de esa subdivisión? Pienso que se llega a un punto en el que se exige atender a intereses con perfiles demasiado particulares. En ningún caso se deben ignorar, pero sí englobarlos dentro de una realidad, que cubra esas expectativas de una forma más plural.
El talante democrático de la inmensa mayoría de países europeos debe atender las inquietudes de sus habitantes. El diálogo doméstico debe conciliar acuerdos, no claudicaciones, en los que salgan beneficiados los ciudadanos. Levantar barreras que separen culturas que han convivido cientos de años es una sinrazón. La cultura suma y se engrandece.
Se debe legislar con una visión clara de futuro. Y este futuro nos dice que cualquier país europeo se queda pequeño, debiendo buscar una realidad más amplia donde solucionar una problemática cada vez más común..
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 17 de diciembre de 2007