Por una parte es bueno que un dirigente que pierde el contacto con el pueblo y cae en el autoritarismo, sienta el repudio de los suyos. Pero, por otra, es inquietante que se designe para sucederle a un populista polígamo y poco de fiar. No es ciertamente lo que merece Suráfrica, el país más importante del África subsahariana y que se erigió como ejemplo de democratización hace 13 años con el fin del apartheid y la figura de Mandela.
El actual presidente, Thabo Mbeki, que sucedió a Mandela en 1999, ha sufrido una dura humillación a manos de Jacob Zuma. Éste ha sido elegido de calle al frente del ANC por la convención nacional del Congreso Nacional Africano. Se sitúa así como favorito para suceder a Mbeki al frente del país dentro de 17 meses. Deberá superar antes una acusación de sobornos por la compra de armas a Francia, imputación que se suma a dos casos formalmente zanjados, como es una acusación de corrupción que le llevó a cesar en su puesto de número dos del Ejecutivo y un caso de violación en el que responsabilizó a la víctima por la forma en que iba vestida. Si no lo logra, esta batalla que ha librado contra su antiguo compañero habrá resultado inútil, y Suráfrica tendrá que buscar otro líder.
Mbeki se había presentado a la reelección a este cargo justamente para cortarle el paso a Zuma, al que ha presentado como un enemigo del pueblo, no percatándose de su propio desgaste e impopularidad. Las razones de su fracaso están en su creciente desprestigio por el olvido en que ha dejado a los más pobres del país. Zuma, pese a la campaña en el extranjero para presentarse como continuista de la modernización económica, se opuso a las liberalizaciones de Mbeki.
Zuma es un zulú que tiene buena imagen entre los ciudadanos de otras etnias, y conecta mejor que Mbeki con los votantes y los sindicatos. Causó escándalo su idea del sida, que según su peculiar opinión se evita con una buena ducha, tal como declaró a propósito de la acusación de violación. Uno de los delegados al congreso le describió como un tsunami político, que puede desestabilizar la democracia surafricana. Si llega a la presidencia del país, puede convertirse en un Chávez africano, que se sume al grupo de países de democracia populista donde crece el recelo hacia Estados Unidos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 21 de diciembre de 2007