Tras el anonimato que le aporta la visera de una gorra y la barba sin afeitar de varios días, muy pocos apostarían que un joven granadino es el responsable de algunos de los grafitis más impactantes y conocidos del país. A sus 30 años, a Raúl lo delatan las manchas de pintura en los vaqueros y en las zapatillas, además de un carácter huidizo que debe de estar relacionado con la persecución a la que se ven sometidos estos artistas callejeros.
Tras más de 15 años creando mundos imposibles en las paredes, El niño de las pinturas, como acostumbra a firmar, ha recopilado en un libro titulado A través del muro una buena muestra de sus creaciones. "Siempre me había gustado el dibujo y un día decidí llevarlo a la calle. Estuve estudiando muchos años pero al final me di cuenta de que lo único que me importaba era sobrevivir y tirar para adelante, ahora puede decirse que trabajo como pintor", explica sentado en una terraza llena de los mismos turistas que cada día fotografían sus creaciones en el barrio granadino.
Con respecto al nombre, Raúl dice que se lo puso él mismo porque "el que me pusieron mis padres es el mismo que utiliza la policía y me tiene un poco quemado, así que decidí ponerme otro". Desde entonces, El niño de las pinturas ha dejado su particular visión del mundo en países como Argentina, Portugal, Francia, Venezuela, Holanda, Italia, Hungría o Bélgica, además de en múltiples ciudades españolas, aunque su verdadero museo de arte efímero son las calles de Granada, y la sala estrella su barrio, que se ha encargado de decorar con especial dedicación. "Todos los vecinos me conocen y me animan, me quieren echar un cable. Siempre les ha gustado lo que hago", asegura.
Mirando las obras de El niño de las pinturas serían muy pocos los que se atrevieran a argumentar que el grafiti no es un arte, aunque bien es cierto que no se trata de un grafiti convencional.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 22 de diciembre de 2007