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Análisis:EL ACENTO

Sobre el ego y la modestia

Qué tontos somos los humanos cuando, movidos por un descontrolado ego, cometemos errores de bulto. Qué lección tan inmensa dan otros, en cambio, cuando tras realizar su labor como buenamente han podido, se refugian en la soledad, en el silencio, pese a que les caen chuzos desde diversas plataformas mediáticas.

El único problema -lo cual no es poco- que tenía la periodista Elisa Beni para poder publicar el libro La soledad del juzgador. Gómez Bermúdez y el 11-M era el de ser esposa precisamente del presidente del tribunal que juzgó el terrible atentado islamista de Madrid en 2004, Javier Gómez Bermúdez. A Beni, como se dice popularmente en la jerga periodística, "le quedan dos telediarios" en su cargo de directora de Comunicación del Tribunal Superior de Justicia de Madrid. Y ojalá que sea así. Desde esta columna le deseamos felices navidades y año nuevo.

Que se dedique a su vocación, el periodismo, y que escriba otros ensayos de tanto éxito como éste, que ya va por su tercera edición. O si prefiere, que se adentre en la novela negra o en la de intriga romántica. Pero que acepte y entienda que en su condición de portavoz de un órgano judicial no puede ponerse dos sombreros a la vez, el de reportera y el de funcionaria. Eso es obvio por mucho que afirme que como periodista no podía "moralmente" eludir una historia que le había venido a buscar. Mejor sería haber repasado la ética kantiana y no sacar la moral a colación.

El Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) le ha indicado prácticamente dónde está la puerta una vez que el órgano de los jueces ha declarado haber perdido la confianza en ella, si bien le ha dado la oportunidad de defenderse. La decisión final se tomará el próximo 9 de enero.

Mientras, lejos del ruido y los focos, Juan del Olmo, el juez instructor del caso, cansado y enfermo, confiesa a este diario que en más de una ocasión estuvo a punto de tirar la toalla harto del acoso mediático al que se vio sometido. Sin embargo, cuenta que cuando las fuerzas le flaqueaban abría el ordenador, miraba las fotos de las víctimas y se avergonzaba de su propia duda.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 24 de diciembre de 2007