A la fotógrafa estadounidense Elena Dorfman (Boston, 1965) le puede el morbo. Su cámara de fotos parece el instrumento voyeurista que permite al público conocer el otro yo que todos tenemos, desde los fetiches a las tribus de la cultura pop, pasando por cualquier elemento que implique diferencia y subversión.
Durante años fotografió a una mujer obsesionada con vivir su propia muerte, en espacios urbanos o paisajes rurales donde una vez tras otra moría ante la cámara. Otra de sus colecciones fotográficas retrataba a mujeres que viven como hombres y sin cirugía, que se rebelan contra el orden moral establecido.
Sus dos últimos trabajos han investigado, a través de las imágenes, el fetichismo y el cambio de papeles como forma de vida. "No estoy segura de que esto sea el lado oscuro del ser humano, pero me permite seguir explorando comunidades de gente que querrían vivir de forma contraria a las reglas de la sociedad tradicional y explorar lo que significa vivir siendo el otro", explica la fotógrafa, habitual en exposiciones del San Francisco Museum of Modern Art y galerías de Nueva York o Chicago.
En su polémica serie Still lovers fotografió a hombres y mujeres que convivían, dormían e incluso establecían relaciones sentimentales con muñecas hiperrealistas (el siguiente paso a las muñecas sexuales) de tamaño natural. Y en Fandomania, cuyas imágenes se exhiben hasta el 23 de febrero en la galería Cámara Oscura de Madrid, Dorfman se adentra en el mundo de los cosplayers (de costume: disfraz y play: juego), una tribu urbana derivada del Japón setentero, que se disfraza como los héroes de cómics manga y anime.
"Me enteré del mundo de los cosplayers a través de un amigo de la comunidad de las muñecas. Ambos grupos comparten el amor por Japón y la cultura pop japonesa, que es donde se originó todo. California tiene unos lazos muy fuertes con Asia, así que fue fácil encontrar convenciones de cosplay. Cuando acudí a la primera concentración, me sentí inmediatamente atraída por ese teatro del absurdo, el ambiente carnavalesco y la absoluta libertad de expresión que exhibían sus personajes", describe Dorfman.
Ante su objetivo han desfilado lolitas góticas, sombrereros locos, princesas, elfos, hadas..., chicos que se disfrazan de colegialas y mujeres que adoptan posturas dominantes en un festivo intercambio de papeles, siguiendo series de animación. La fotógrafa decidió retratarlos fuera de contexto, sobre fondo negro y bajo una cierta luz de irrealidad que los desnudaba como personas. "Mis retratos de cosplayers nunca tuvieron la intención de documentar las actitudes que defendían o quiénes eran como personaje. Mi idea era descubrir a la persona real debajo del disfraz y trabajar con esas dos personalidades".
Muchos de los protagonistas de Fandomania no miran directamente a la cámara, sino que se ausentan en su propio mundo mientras son fotografiados o se comportan como lo haría su papel. Algunos, como Amarant Coral o la Princesa Garnet (extraídos de Final Fantasy) interpretaban todavía su personaje, combativo o lánguido, ante la fotógrafa, que en todo momento quiso resaltar el esfuerzo (los disfraces suelen ser hechos a mano por el propio cosplayer) que implica esta tribu. "Para mí, la belleza de sus disfraces y el fervor de su autoexploración a través de su personaje elegido era poética. Situarlos bajo una caja de luz, sobreexponiendo su belleza y su trastorno de personalidad, era una forma de hacer un homenaje a su particular forma de vida", afirma la fotógrafa.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 19 de enero de 2008