Salamanca pierde habitantes, dicen los estudios numéricos, y es verdad que no hay grandes industrias y las carreteras que unen con otros lugares más afortunados en inversión son deficientes. Pero esa valoración es un poco pobre. Salamanca es una ciudad monumental que vive del turismo y del estudiante que acude a su universidad.
Los salmantinos nos sentimos orgullosos de nuestra ciudad, pero del orgullo no vive la gente. Hemos acudido o visto en la tele las manifestaciones de los vecinos quejándose de la subida de tasas e impuestos. Se quejan los ciudadanos de a pie del escaso funcionamiento de su aeropuerto, de la falta de autopistas y de muchas cosas más que no salen en prensa. El centro de la ciudad está precioso y bien cuidado, pero los barrios están casi abandonados de la política municipal. Los contenedores tardan días en vaciarse, los parques infantiles invitan a quedarse en casa, las zonas verdes brillan por su ausencia.
Con ese panorama, la población se marcha fuera. Vivir en el centro es cosa de unos pocos privilegiados, los precios de los pisos son abusivos. No puede crecer una población que tiene una política tan conservadora; la sociedad cambia, hay que moverse, no se puede vivir de la gloria del pasado. Si no aumenta la población ¿por qué no bajan los pisos? ¿Por qué se sigue construyendo tanto.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 27 de enero de 2008