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CARTAS AL DIRECTOR

Noche mágica

Lo que vimos el viernes en Valladolid fue mucho más que un concierto. Los jovencísimos intérpretes de la venezolana Orquesta Simón Bolívar tocaban casi de memoria, sin apenas consultar sus partituras, con una perfección asombrosa. Fue una noche mágica que terminó con una explosión de entusiasmo y de alegría en la que participamos todos cuando nos regalaron las danzas de Bernstein y se levantaban coreando el mambo, izando sus instrumentos y bailando entre ellos.

Pero, por encima de todo, fue la celebración de la fe en la condición humana, la misma que demostró a través de esos muchachos su capacidad para modificar la trayectoria de unas vidas condenadas a la ignominia de la pobreza, de la delincuencia y del hambre, llevándolos hasta los territorios de la dignidad y de la esperanza. Y fue también el desenmascaramiento de la mentira de la razón económica vigente, cuyas brumas de fatalidad tras la que progresan la barbarie y la injusticia fue disolviendo Gustavo Dudamel con los mágicos movimientos de su maravillosa batuta.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 29 de enero de 2008