Durante el sueño me he reencontrado con el país donde nací y que había dejado en mi juventud: Italia. Había logrado aprobar una ley electoral justa y eficiente, el Congreso ya no se parecía a una taberna y se discutían leyes fundamentales para el porvenir del país. El Gobierno luchaba exitosamente contra la economía subterránea, las mafias, la camorra, la... y había resuelto el problema de la basura en Nápoles, modernizado infraestructuras y universidades, el Sur ya no era el pariente pobre del Norte. El PIB de los italianos retomaba la marcha ascendente y competía con el de los habitantes de países más avanzados. La nueva clase política había ganado seriedad y prestigio, todos los ciudadanos pagaban impuestos, hasta la compañía aérea de bandera volaba airosa y sus balances eran positivos. Los italianos habían recuperado su autoestima y los resultados eran brillantes, ya nadie necesitaba la recomendación de un partido para encontrar trabajo y la competitividad subía a niveles nunca alcanzados. Estaba gozando de un sueño dentro de otro sueño al constatar que el país posible y largamente deseado era ya un hecho irreversible. Pasquale d'Antonio di Vito. Santa Cruz de Tenerife.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 29 de enero de 2008