Curiosa manera tiene nuestra Academia de Cine de rendir cuentas a la hora de conceder premios. Parece que los Goya tengan que nadar siempre a contracorriente para reivindicar un espíritu libre e independiente. De ahí que El orfanato y su prodigiosa campaña de marketing (más de cuatro millones de espectadores, película más taquillera del año por delante de superproducciones de Hollywood) resulten demasiado comerciales para merecer la estatuilla, que finalmente ha caído en manos de Jaime Rosales y La soledad (¿por qué no el galardón a mejor guión?, ¿por qué tampoco la preselección para los Oscar?).
Que no se engañe la presidenta de la Academia cuando reivindica que el cine español existe más allá de la taquilla. Gracias a filmes de género, como El orfanato o REC, se han podido salvar las nefastas cifras de este año. Éxitos comerciales y, aun así, derroches de talento que no han sido correspondidos por unos académicos alérgicos al taquillazo.
En una de las ediciones más injustas de la historia de estos premios, siempre podremos decir que la gran vencedora, gracias a la hazaña de José Corbacho, ha sido la propia gala.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 5 de febrero de 2008