Selecciona Edición
Selecciona Edición
Tamaño letra
Crónica:GASTRONOMÍA | agenda

Emperador: tesoros ocultos

Son de sobra conocidas las magníficas vistas que se contemplan desde el hotel Montíboli, lugar donde está ubicado el restaurante que comentamos, y que alcanzan su perfección en la terraza acristalada, colgada sobre la playa a una considerable altura, lo que propicia la admiración del contemplativo comensal.

La comida que en ese entorno se sirve está presidida por el clasicismo francés arropado por notas de modernidad, que no obstante la voluntad de hacerse presentes, se diluyen ante el predominio de los tonos cálidos -salsas y mantequillas- que conforman una parte sustantiva de la carta. Una lástima, ya que los platos con mayor componente juvenil y mediterráneo sobresalen de sus compañeros empujados por la fuerza de la naturalidad.

Así, el sabroso caldo de crustáceos y pescados que acompaña a unas carrilleras de rape se adorna con una bolita de fría mantequilla, que va suavizando el líquido con su disolución, permitiendo de esta suerte la ingestión de las sabrosas -pero un tanto burdas y resecas de nacimiento- carnes de la cabeza del pescado, cuyo destino gastronómico de esta forma se amplía y ratifica, entrando a formar parte del selecto y admirado grupo de animales -como el cerdo- de los que todo se aprovecha.El magnífico lomo del rodaballo puede vivir solo, y acomplejar con su sabor -sea asado, hervido o a la plancha- a cualquier ungüento que le añadamos, por lo que las salsas no le añaden exceso de valor. Al contrario sucede con las salazones, que servidas con una bien pensada jungla de verduras -original mezclum, que lleva entre sus componentes las ácidas pepitas del tomate, con su jugo- y un adecuado aliño de vinagre y hierbas, entusiasman.

Por lo que tras su consumo, admiramos el mar que nos circunda y soñamos con los tesoros que nos ocultan.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 10 de febrero de 2008