Era una de esas citas para no perderse. Porque Jane Birkin no ofrecía ayer en el salón de baile del Círculo un simple concierto, sino más bien un acontecimiento, una quermés. La mujer que encarnó como nadie lo sueños húmedos de toda una generación con aquel Je t'aime... moi non plus de 1969 (y aquí nos cuidaremos de incurrir en el chiste fácil) comparecía en la noche madrileña para ajustar cuentas con su pasado. Lo que en su caso equivale a repescar toda aquella batería de clásicos libidinosos que su marido, el galán provocador e iconoclasta Serge Gainsbourg, se afanó en escribirle a lo largo de dos décadas.
A ver, no descubriremos América si aquí dejamos escrito que la Birkin nunca cantó gran cosa. Lo que supondría un gesto de sinceridad histórico se convierte, a sus espléndidas 61 primaveras, en una evidencia manifiesta. Pero anoche nadie esperaba un gran despliegue de facultades vocales, sino esa demostración de charme y savoir faire que sólo está al alcance de unos pocos privilegiados. "Una tía que enseña de esa manera las clavículas está muy segura de sí misma", murmuraba Javier Rodríguez, de 36 años, llegado desde Alcalá de Henares para la ocasión. Y Jane agitaba cadenciosamente las caderas, como si corroborara sus palabras.
No descubriremos América si dejamos escrito que nunca cantó gran cosa
Así las cosas, la velada se convirtió en un acto de reafirmación colectiva. Si quieres ser alguien en esta ciudad, debes acercarte a ver de qué es capaz Jane Birkin. Directivos de la comunicación, afrancesados de visera bohemia, gafotas de pasta oscurísima, modernos de peinados imposibles y foráneas pos-Erasmus (los 40 euros de la entrada no eran compatibles con un público más bisoño) se disputaban las primeras filas.
Jane no quiso defraudarles. Sonreía con ese aire entre vergonzoso y pilluelo que volvió loco a Antonioni; susurraba canciones de Gainsbourg como la primera vez y recurría al repertorio de sus jóvenes admiradores: Beth Gibbons, The Magic Numbers o Neil Hannon (The Divine Comedy) le han escrito maravillosas piezas a su medida. Siempre con poca voz; siempre con mucho estilo.
Birkin tiene clase hasta cuando se ajusta las gafas de cerca para recurrir a la chuleta y homenajear, en portugués indescifrable, al amigo Caetano (O leãozinho). O para arengar a las masas en su defensa de los proscritos birmanos con Aung San Suu Kyi, la canción que le ha escrito a la premio Nobel de la Paz de 1991.
Al cuarto tema, Sans toi, se permitió un elegante baño de masas canturreando por el público. Si aún quedaba algún escéptico, no le quedó más remedio que claudicar. O refugiarse en los baños. Unisex, por cierto.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 21 de febrero de 2008