Hace más de 30 años, en las elecciones de 1977, "la gente no tenía ni idea de lo que debía hacer". Lo cuenta Lola Ramírez, militante socialista e interventora en procesos electorales desde entonces. "Ahora lo tienen todo más claro", dice.
Antonio Merina, que hace la misma labor, pero para Izquierda Unida, matiza: "Muchos miembros de mesas no tienen la suficiente formación. Nosotros nos sabemos de memoria todas las gestiones y les vamos guiando". Durante la votación controlan los censos y velan para que sus partidos no salgan perjudicados. "En los comicios suelen coincidir los mismos interventores de los partidos y se llega a pasar bien", según cuenta Natividad Gil, del Partido Popular. Siempre hay anécdotas. Lola, la más veterana de los tres, se acuerda de decenas, "como aquella vez en la que un hombre se empeñó en echar su voto en la urna". Ésa es la obligación del presidente. "Estuvo a punto de tirarnos la urna a la cabeza; tuvo que venir la policía y todo".
El verdadero trabajo para ellos comienza con los recuentos. Los tres coinciden en que lo más engorroso son "las sábanas" del Senado. También suele haber discusiones con los votos nulos. Para evitarlas, la Junta Electoral Central emitió un comunicado en octubre pasado: cualquier mínima alteración en la papeleta hará que pase a ser nula. Hasta ahora se intentaba interpretar la voluntad del votante; una pequeña marca de bolígrafo no tenía por qué anular el voto.
Al final del día, vuelven a comunicar los resultados a sus respectivas sedes y a celebrar o lamentar los resultados. Independientemente de eso, todos dicen acabar con la sensación de "haber hecho algo por el partido y por la democracia".
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 9 de marzo de 2008