Una señora me detuvo a mediodía a la salida de un colegio electoral en el barrio de Chamberí, en Madrid. "¿No habrás votado a ésos?". "¿Ésos?". "Sí, ZP y compañía". Bueno, el voto ya lo hice. "¿Y votaste a Rajoy?". El voto es secreto. "Secreto o no, tenías que votarle. Primero, porque es gallego. Y segundo, porque es un hombre de los pies a la cabeza". Hombres son los dos candidatos. "Sí, pero a ZP le falta mucho todavía. Mira lo que hizo con los etarras, les dijo 'bonitos, pidan lo que quieran'...". Luego, la señora me dio un beso y se fue.
Cerca de las urnas una señora me pidió un bolígrafo, me acordé de ese relato de Paul Auster (Nunca sin un lápiz) y blandí el instrumento de escribir. "Ponme tú mismo el voto". ¿Dónde pongo la cruz? "Al PP". Luego aparecieron unas chicas y también se aprovecharon de mi bolígrafo, y volví a acordarme de Auster: el escritor era un niño de ocho años cuando tuvo la oportunidad de pedirle un autógrafo a su ídolo del béisbol. Nadie tenía lápiz en los alrededores, y él se juró que jamás iría otra vez sin un lápiz. Los bolígrafos son muy útiles para el voto ajeno. Una niña de ocho años le preguntó a su madre: "¿Y dices que éste es un colegio público, con tantos jesuses?". "Que sí, que es público". "¿No será concertado, mamá?". Era concertado.
En una de las colas un tetrapléjico había acudido a votar, y retrasaba a los otros parroquianos. Algunos, querían más rapidez. "Parece mentira, no respetan ni a un tetrapléjico", me dijo después un vocal que se tomaba unas tapas en la media hora del almuerzo. "Ahí estoy, de vocal", dijo. Y mientras tiraba una cerveza, uno de los camareros le gritó: "Y yo aquí, de consonante". El vocal se puso a consultar la lista del Senado, con una chica que leía EL PAÍS. "Mira, qué pasada, un partido que se llama Partido de los No Fumadores. Y mira éste: Alternativa motor y deportes, qué pasada". El barman de más rango iba por Rajoy, y el aprendiz iba por ZP. El de mayor rango le dijo: "¡Va a venir un foráneo a decirme a mí quién gana en España!". Luego el chico se acercó a mi oído. "¿Quién va a ganar? A mí me gustaría que ganara el que me fuera a ayudar. Ya sabe". Le pregunté de dónde era. Ecuatoriano. El maitre se acercó a mi oído, pero con el voto decidido, y con una información: "Los clientes vienen diciendo que gana el PSOE". Teniendo en cuenta el barrio, su información parecía el teclado de una israelita.
La mañana había empezado en el quiosco; en la estantería, el libro sobre Rajoy Si yo fuera presidente, de Pablo A. Iglesias y María Jesús Güemes. ¿Esperas vender más mañana?, le pregunté al quiosquero. "Francamente, no sé si el título mañana seguirá teniendo futuro". Mediada la tarde, cuando las encuestas empezaban a escupir tendencias, abrí ese libro y me encontré con esta frase de Hermann Hesse con la que los autores empiezan un capítulo sobre la vida de Rajoy: "La vida de cada hombre es un camino hacia sí mismo, el ensayo de un camino, el boceto de un sendero". La vida es un camino hacia sí mismo: parecía premonitoria para el hombre gallego del que me hablaba su ferviente votante. Cuando Rajoy apareció en el balcón de Génova y le gritaron "¡Zapatero, embustero!" me imaginé a aquella señora marcándole el rumbo a su líder para que siguiera caminando hacia sí mismo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 10 de marzo de 2008