Si yo fuera católico, tampoco dejaría que mis hijos estudiaran Educación para la Ciudadanía. ¿Y por qué? Porque esta asignatura basa las relaciones interpersonales en el reconocimiento y respeto al otro; iguala al hombre y a la mujer en ámbitos como el trabajo y la familia; enseña a asumir responsabilidades; inculca valores de tolerancia, solidaridad, justicia, igualdad, ayuda mutua, cooperación, cultura de la paz.
Porque les adoctrina en el respeto a los modos y costumbres, diversas, sin dejar de lado el enfoque crítico de ciertas tradiciones o costumbres que están universalmente rechazadas por ir contra el ordenamiento internacional en lo referente a la protección de los derechos humanos. Porque en esa asignatura además, están descritos principios de convivencia constitucional como la Protección Civil, la defensa al servicio de la paz y por otro lado, la educación vial. Porque enseña a mi hijo a entender qué es ser ciudadano de un mundo global; a que entienda el funcionamiento de los servicios públicos dentro de los Estados democráticos; los derechos y deberes recogidos en el ordenamiento internacional; la identificación de la violación de los derechos humanos y el funcionamiento de los tribunales internacionales en lo relativo a violación de esos derechos.
Porque, además, se alienta la igualdad de derechos, el rechazo a las discriminaciones y el fomento de la solidaridad, el debate y el diálogo... Y porque todo esto, atenta contra los principios y la moral cristiana. Menos mal que no soy creyente. ¿O quizá Dios estaría de mi parte.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 16 de marzo de 2008