- Ejercer de guía para amigos que visitan por primera vez Barcelona plantea una espinosa cuestión: qué imagen eliges como portada. Hace un par de décadas, la limitada oferta facilitaba el trabajo. El restaurante del Real Club Marítim era una opción casi única. Cenar allí con los recién llegados te permitía explicarles en vivo y en directo lo de la apertura al mar de la ciudad. Además, poco antes de la medianoche, llegaba el fabuloso golpe escenográfico del buque de la Transmediterránea abandonando la dársena rumbo a Palma de Mallorca, al tiempo que el restaurante se quedaba a oscuras para apreciar mejor la maniobra. Si con eso no te los metías en el bolsillo, es que iban a ser huesos duros de roer.
- Desde entonces, sigo fiel al introito urbano por la parte marítima. Sólo que ahora las opciones son más. Por ejemplo, el restaurante Torre de Alta Mar, instalado en la cima de la torre de Sant Sebastià, en la Barceloneta. Una vista a vuelo de pájaro sobre los muelles y las playas, que gana en visión panóptica cuanto pierde en proximidad. Además, el funicular da pie a hablar de las geniales chifladuras de Carlos Buigas, autor también de la fuente mágica de Montjuïc. Y si los visitantes son aficionados al cómic, entonces hay un detalle que acostumbra a hacerles gracia: en ese personaje se inspiró el doctor Franz de Copenhague, cuyos estrafalarios inventos aparecían en el TBO, publicación que dirigía a la sazón Joaquín Buigas, hermano del ingeniero. La ciudad no cuenta con ningún Edison o Marconi entre sus hijos predilectos, pero a cambio tiene a los Buigas...
- El paseo por Joan de Borbó y el Moll de la Fusta hasta Colón es perfecto para una digestión pausada. El Moll da mucho juego. Allí se celebró el Día de las Fuerzas Armadas de 1981, lo que determinó el futuro del entonces alcalde Narcís Serra, quien después sería ministro de Defensa del primer Gobierno socialista. Un ministro de la guerra que no había hecho la mili y que se ponía a mandar a un ejército con hondas simpatías franquistas: un detalle de la transición que suele sorprender agradablemente a los visitantes. Pero es que, además, la recuperación de la fachada de mar de la ciudad empezó justamente ahí: tras la exitosa parada militar, ese espacio iba a ser definitivamente ganado para la ciudad. Cinco años después se inauguró la reforma de Manuel de Solà-Morales. Pero lo que fue antaño una animada zona de copas es hoy un lugar bastante sombrío y deprimente, con indigentes dormidos aquí y allá junto a sus botellas y sus perros. A los visitantes inteligentes también suele complacerles que se les explique en qué hemos fallado.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 23 de marzo de 2008