Es muy improbable que Nicolas Sarkozy y Gordon Brown sean capaces de cambiar en su primera reunión en la cumbre el atormentado patrón de las relaciones franco-británicas. El trato entre los dos viejos adversarios está sembrado de olvidadas buenas intenciones, promesas incumplidas y retóricos proyectos disueltos en la realidad de grandes desencuentros, llámense vacas locas, inmigración, Irak o política agraria común. El optimismo acaba decayendo, sustituido por la habitual suspicacia entre vecinos separados por el mundo del Canal.
A pesar de ello, Francia y el Reino Unido se necesitan, y el tándem Sarkozy-Brown está en mejores condiciones que casi todos sus predecesores para impulsar un eficaz reencuentro entre dos países clave para el futuro de Europa. Tan diferentes personalmente, ambos han llegado hace poco a la cima (y no les va precisamente bien en los primeros compases del poder), tienen poco que ver con pasadas e hirientes peleas entre Londres y París y parecen sentir una cierta estima mutua. Comparten, además, ineludibles retos exteriores: desde Afganistán a la definición de un marco común ante Rusia o China, los Balcanes o la puesta a punto de una respuesta a la escasez energética, en la que lo nuclear adquiere irremediable carta de naturaleza.
La visita de Estado a Londres del presidente francés, interferida por la irrefrenable atención que despierta su mundana esposa, representa un nuevo punto de arranque. Franceses y británicos cooperan con fluidez en muchos campos importantes. Sarkozy, que ha reclamado ante las dos cámaras del Parlamento de Westminster una nueva era de fraternidad mutua, se plantea ahora cruzar el Rubicón de la OTAN, a la que ha prometido más tropas en Afganistán. Una mayor presencia francesa en este punto crucial podría anticipar el regreso de París, 40 años después, a la estructura militar aliada.
La propuesta de Sarkozy de elevar el compromiso entre los dos lados del Canal es oportuna. Y no tiene por qué hacerse a expensas del tradicional entendimiento franco-alemán, ahora en momentos bajos. La Europa de hoy, si aspira a proyectar su potencia adecuadamente en el mundo, no tiene alternativa real a una estrecha cooperación y coordinación entre Francia, el Reino Unido y Alemania.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 28 de marzo de 2008