La venta de vivienda ha caído en España. Normal. No debíamos andar muy lejos de que el número de viviendas superara al de habitantes. Se vendían pisos como si fueran móviles.
Sin embargo, pese al inevitable parón biológico-inmobiliario, supongo que quien necesite comprar una vivienda y pueda hacerlo la comprará, si bien tendrá la potra de encontrarse con unos precios más razonables que en los momentos de ebullición anteriores.
Por eso, cuando se habla de ralentización y caída en la venta de pisos creo que lo que de veras ha caído es la iniciativa de los especuladores, profesionales o aficionados, que ahora comprueban cómo sus últimas adquisiciones se quedan en su bolsillo. No pensaron que la máxima, "que el último piso lo venda otro", podía hacerse realidad algún día.
Cierto que esta situación conllevará una moderación en la construcción, la cual, a su vez, llevará aparejado un incremento del paro, pero no es menos cierto que pretender mantener el nivel de empleo a costa de no bajar el ritmo de construcción resulta tan absurdo como destruir lo construido para lograr el mismo objetivo.
¿Para qué queremos tantas viviendas vacías? Que yo sepa, las personas todavía no hemos podido lograr el milagroso desdoblamiento físico que conseguía aquel personaje de la película Amanece, que no es poco, un desdoblamiento que nos permitiera ocupar tanto metro cuadrado levantado a lo tonto.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 29 de marzo de 2008