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CARTAS AL DIRECTOR

Una mujer se muere

Se llama Ingrid Betancourt y hace seis años que muere despacio, torturada en la selva. No se muere, la asesinan lentamente y con dolor, los guerrilleros, asesinos, que hace mucho se olvidaron del pueblo por el que decían luchar. Se muere y la sociedad colombiana se siente culpable.

Los pobres no la querían por ser una niña bien educada en Europa, los ricos no la quieren por haberles traicionado, por haber acusado a sus "dignos" presidentes de corrupción; por faltar a la moral regalando condones en las calles. Los muy patrioteros colombianos no la quieren porque les molesta que un Gobierno extranjero presione al suyo para conseguir un acuerdo humanitario. Seis años después, al verla agonizante, salimos a la calle a purgar nuestro pecado y nos sentimos muy orgullosos, los políticos, la prensa, los columnistas que la acusaron de "hacerse secuestrar"... Salimos todos, pero durante seis años cuando otros millones de personas -algunas colombianas y más europeas- gritaban por su liberación y la de todos los secuestrados, los insultábamos; "que se ocupen de sus asuntos", decíamos. Sólo importa porque es francesa, decían.

¿Te acuerdas de Miguel Ángel Blanco? Multiplica esa angustia por seis largos años.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 2 de abril de 2008