Eugenia P. Butler, una de las representantes del arte conceptual estadounidense, falleció el pasado 29 de marzo en Santa Rosa con apenas 61 años a causa de un derrame cerebral.
Nació en Washington DC, pero creció en California en una época marcada por la experimentación artística y vital. Su madre, Eugenia, fue una de las intelectuales que ayudó a legitimizar el arte conceptual a través de su galería Eugenia Butler Gallery entre 1968 y 1971.
Esa corriente artística surge a mediados de los sesenta, cuando artistas como Sol Lewitt y Carl Andre expresan su rechazo explícito a la tendencia acomodaticia del arte, niegan el valor del objeto como pieza artística y comienzan a crear obras donde el valor de la idea se impone sobre el valor del objeto material. Es una estética que también se define por el uso del lenguaje y las palabras, que fue clave en la obra de Eugenia P. Butler.
Sus primeros trabajos los bautizó como escultura invisible. Obras como Negative Space Hole o A congruent Reality, de finales de los sesenta, eran básicamente escritos sobre la pared, al estilo de los que también hacía entonces Joseph Kosuth, otro de los representantes de esta corriente, que negaba en rotundo la afirmación de Frank Stella de que "lo que ves es lo que es" para afirmar en cambio que "lo que lees es lo que será". Para Butler, lo más importante era la confluencia entre las ideas expresadas y las artes visuales. "Cuando lees las frases de Butler sientes y piensas el espacio de forma diferente", escibió el crítico Christopher Miles en la revista Artforum en 2003.
Aquel año, el Otis College of Art and Design de Los Ángeles le dedicó una retrospectiva en la que mostró, entre otras, la instalación My last Museum Piece (Mi última pieza de museo), una bola de plástico gigante con miel dentro para alimentar a miles de moscas. Su habilidad para sorprender con piezas como ésta -"que te dejan rascándote la cabeza y te invitan a hacer múltiples asociaciones"- según Miles, fueron parte fundamental de toda su producción.
Provocar la discusión, como otros muchos artistas conceptuales, era otra de sus debilidades. En 1991 comenzó su proyecto Book of lies (El libro de las mentiras) en el que exploraba cómo otros artistas usaban la mentira "para entender su relación con la verdad". Completó tres de los cuatro libros que quería elaborar utilizando imágenes y palabras de unos 70 artistas.
Entre sus muchos intereses destaca el chamanismo, a cuyo estudio dedicó varios años viajando por Surámerica en los setenta con una hija recién nacida. Esa joven subrayó, tras la muerte de su madre, la fascinación que la artista sentía hacia la donación de órganos, que dejó de ser parte de su obra creativa para hacerse realidad ya que sus dos riñones y su hígado sirvieron al morir para salvar tres vidas.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 10 de abril de 2008