Alguien, en un artículo publicado ayer, dijo que Zapatero había formado un "gobierno de modistillas". La frase podría hacer fortuna, como la hizo aquella del "gobierno de penenes" (por profesores no numerarios), utilizada para definir al primer gabinete de Adolfo Suárez, el que se llevó por delante las Cortes franquistas y convocó elecciones democráticas. Lo de "modistillas" está muy bien, aunque muchos jóvenes no pillarán la carga semántica: es el tipo de palabra, como "prócer" o "ambigú", que define una cierta época.
Hubo un tiempo en que un ministro era un señor pomposo, con tendencia a vestir frac y a lucir condecoraciones. Aquellos sí eran tiempos. Un ministro, como se sabe, es alguien destinado a meter la pata. Es inexorable. Ignoro cuántas cosas útiles hizo Jesús Sancho Rof, doctor en Físicas y varias veces ministro; recordaré toda la vida, en cambio, aquella frase suya, la del "bichito que si se cae de esta mesa, se mata", en referencia al agente causante de la llamada "neumonía atípica", más tarde identificada como intoxicación por aceite de colza adulterado.
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¿Cómo olvidar la de Fraga? Manuel Fraga es de aquellos que parecen llevar escrita en la frente la palabra "ministro". Como siempre fue hombre de acción, sus burradas verbales quedan en nada comparadas con sus hechos. En 1964, cuando dirigía el departamento de Información y Turismo (la mezcla suena hoy francamente exótica), asistió a una cacería con Franco y le pegó una perdigonada en el culo a la hija del dictador. Y ahí sigue.
Está muy bien lo de "modistillas". Hay algo de rabia cavernaria en la expresión, de nostalgia por el "prócer" y el "ambigú", por la escopeta nacional de Fraga, por el frac. Es como una de esas estatuas castizas que Álvarez del Manzano plantó en Madrid: un recordatorio estupendo. Una señal de que, por mal que lo hagan las "modistillas" (y cuento con ello), en algo hemos mejorado.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 14 de abril de 2008