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Análisis:EL ACENTO

'Atrezzo' divino

Como en todas y cada una de las ocasiones anteriores, el escenario en La Zarzuela estaba preparado para el caso de que alguno de los nuevos ministros quisiera jurar su cargo, esto es, poner a Dios por testigo. En un lugar destacado de la mesa ante la que se desarrolla la ceremonia desde hace más de 30 años estaba el crucifijo. A la derecha, un ejemplar de la Biblia y, a la izquierda, otro de la Constitución, cada cual recostado sobre un cojín. Uno por uno fueron pasando los recién nombrados y cumpliendo al milímetro con las estrictas exigencias del protocolo. La fórmula que pronunciaban fue siempre la misma: "prometo por mi conciencia y honor...". Así hasta 17 veces, tantas como departamentos tiene el nuevo Gobierno.

El crucifijo y la Biblia estaban allí por si acaso, pero lo cierto es que ningún ministro optó por la fórmula del juramento, es decir, por comprometerse ante Dios a cumplir las disposiciones establecidas en un libro con la mano derecha apoyada sobre el otro. Los signos religiosos se convirtieron, así, en una parte más del decorado, al mismo nivel que las cortinas, las lámparas, las flores o los cuadros de la sala. Es como si, extremando el celo y la previsión hacia las disposiciones del decreto que regula esta ceremonia, los responsables de protocolo hubieran dispuesto un retén de la divinidad cuyos servicios no fueron requeridos, es cierto, pero que tenía que estar preparado si por cualquier motivo inesperado hubiera debido intervenir. Es lo que ocurrió hace tan sólo cuatro años, cuando uno de los nuevos ministros de entonces pronunció un juramento en lugar de una promesa.

Los partidarios de la aconfesionalidad del Estado rechazan la presencia de signos religiosos en estos actos, y es fácil entender y apoyar sus razones. Las que no se entienden son las de quienes defienden que se mantenga invariable el decorado, juren o prometan los ministros. Buena gana tienen de que se coloque un crucifijo y una Biblia para que, luego, lleguen los ordenanzas y los retiren como parte del atrezzo, sin que ninguno de los flamantes ministros se haya dignado a requerir los servicios de Dios como testigo.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 16 de abril de 2008